“La La Land (NO) es una historia de amor,es un recordatorio que dejar ir, también es amar”

Hay películas que nos hacen soñar con la relación perfecta… luego está La La Land que entre jazz y lágrimas nos da un golpe de realidad.
La idolología de Chazelle
Damien Chazelle, el director que logró convertir un musical en el epílogo de los sueños compartidos y el futuro de una relación. Mia interpretada por la maravillosa Emma Stone, nos deslumbra con sus colores y nos comparte el deseo (Nunca limitante) de su oficio, el ser una actriz de renombre que se codea con la alcurnia de Hollywood, pero no en el afán de la búsqueda del dinero, sino de la excelencia propia, sin techo e infinito, por su parte Sebastian, encarnado por Ryan Gosling, encerrado en un cúmulo de pensamientos desorbitantes sobre qué hacer con su arte, qué hacer con su música, con las preguntas ¿Es esto lo que realmente quiero? ¿Aquí vivo el verdadero jazz?, tan consternado por responder estos cuestionamientos, encuentra no una solución pero sí una respuesta (temporal) en ella, destinados a compartir camino pero no un final, bailan, cantan y se rompen, no porque no se amen, sino porque no es suficiente, para ninguno. La escena del planetario, el vals en Griffith, el final sin palabras:Cada momento es una coreografía entre el deseo y la renuncia.

¿Final feliz o final real?
La La Land nunca nos prometió un final feliz, fuimos nosotros (que como en la vida real) le damos más expectativas y futuros inciertos a algo que desconocemos, desde el final de una película, hasta el tiempo que compartes con una persona, quizás suene demasiado pesimista, pero no nos adelantemos, simplemente es la marca de lo desconocido que como humanos, sin importar las consecuencias, deseamos explorar. Un final más allá de lo doloroso y real, nos plantea la posibilidad de amar profundamente a alguien y aun así elegir un camino distinto, tan alejados uno del otro, eso también es amor. Amor maduro. Amor sin ego. Un verdadero acto, nada egoísta y completamente consciente.
La secuencia final, silenciosa pero tan dolorosa donde Emma Stone y Ryan Gosling cruzan miradas y en una explosión de deseo para nosotros, un universo paralelo creado a través de un montaje de fantasía, nos da una pizca de lo que pudo ser pero no será, de lo que como persona que disfruta la película esperabas que pase, pero que muy en el fondo sabes que no es así, que la decisión que tomaron es la correcta, un homenaje a todo lo que debió ser, al final feliz que estamos acostumbrados y que nos crea añoranzas poco o muy realistas decididas por cada una de nuestras vidas y que en ese “no fue”, lejos de dejarnos un vacío, nos sorprende sabiendo que las decisiones por más difíciles que sean, nos redimen.
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Una última sonrisa a media es con lo que nos quedamos, una última mirada antes de salir para siempre de sus vidas, no es un adiós, ni un hasta pronto, tampoco es un cuídate, ni un te extraño, es lo que es, un silencio con mil palabras, una acción con millones de emociones, esperando ser receptivas a cada quien convirtiendo esto en una metamorfosis de: ¿Qué significa ese final para mi? y es que así es el cine no siempre está para consolarnos; para hacernos sentir bien, para aumentar nuestras expectativas de ensueño o alegrarnos un mal día, el cine también está para decirnos la verdad… con una suave música de jazz de fondo.
La la land, un amor ideal, una lección de amor
La La Land no nos habla del amor ideal, nos muestra un amor de la vida real: el cariño y el amor no siempre basta para estar juntos y a veces son los sueños personales lo que nos llevan a caminos opuestos. Chazelle construye un puente gráfico de las decisiones difíciles, con buena música, colores brillantes y una cinematografía que nos hace tararear incluso cuando no hay diálogo. El final, más que triste, es honesto. Porque hay amores que no terminan, solo se transforman.

Pocas películas logran transmitirnos esa nostalgia con tanta belleza como La La Land desde las referencias a las estaciones del año como a la decadencia de una relación que no se muere porque no haya amor, sino que se bifurca sobreponiéndose a este. La decisión de amar como artistas se transforma en un duelo emocional no de egos que se separan, sino de corazones que se aman tanto que toman la mejor forma de afrontar lo que quieren lograr. Damien Chazelle no filma un romance tradicional, sino una oda a la toma de decisiones que nos forman y a los sueños que a veces requieren renuncias, porque La La Land (NO) es una historia de amor, es un recordatorio que dejar ir, también es amar.